Hace tiempo no escribía, las verdades de mi Corazón las había ocultado. Les busque un refugio aun cuando ellas no lo habían pedido. Hoy sin más que decirme me hablaron desde fondo de mi alma. Y con voz dulce me acariciaban el pensamiento.
¿Es que acaso hemos fallecido ante los ojos de tu corazón? Pregunto sutilmente la sublimidad. De mi parte me he mantenido intacta sin hacer mayor alusión que la que pongo en tus palabras y en tus acciones. Según me lo indica tu propio corazón.
–Continúo diciéndome. —
Mientras miraba el espejo me detuve en la mirada, eran los mismos ojos, pero había algo ausente, no hablaban de la misma forma. Y solo me pregunte ¿Dónde habrían estado mirando, en que sea habían fijado? ¿Qué se les llevo el brillo que antes tenían? La escuche una mirada ausente, describir su presencia. Escuche a mi propio ser contar la historia con sus propias expresiones. Y no creí nada de lo que me decía.
Me hablaba de lugares y momentos, de estancias y de tiempo. De guerras espirituales, de herencias ancestrales. De momentos de la historia que yo no recuerdo haber vivido. Me hablaba de Jesús, me hablaba de un amigo.
Cuanto me duele no poder hablar con mi alma, como me lo había enseñado el tiempo y el corazón. Cuando duele que perdamos nuestro primer amor.
Escondido en algún lugar había dejado, las palabras que había aprendido a expresar. En algún lugar había dejado los sentimientos tirados sin mirar atrás. Cuanto duele no darse cuenta que caminamos en un error. Que la vida no es vida, si en ella no sientes amor. Que las paredes del tiempo, van colgando sobre ellas cada recuerdo aun cuando sean dolorosos e insoportables.
Siempre busque una excusa “el tiempo nunca me da tiempo, para sacar tiempo y dedicar unos minutos a decir lo que siento” Me perdió de vez en cuando, buscando algún verso, que le de vida a un poema. Y así poder contar alguna historia. Mas en estos días, no aparecía la lluvia, no llegaba el sentido a su clímax para dar a luz las palabras que me lleven a componer una historia.
Hoy sin embargo suena la lluvia y sus hilos besan los cristales de mi ventana. Haciendo un ritual constante, de llegar y hacer llorar a mi ventana. Los veo llegar apurados a deslizarse y morir sonriendo justo al borde de la madera.
Hoy después de todo me llegan muchos recuerdos. De momentos y felices y espacios que ya no son mi espacio. De lugares que ya no he de visitar, de andadas que ya no podre dar. De cosas que ya no podre hacer, de gente que ya deje de ver y no se volveré a estar juntos ellos. La dulzura es agria porque muchos de estos momentos son felices y tristes.
Sembré muchos de ellos en tierra fértil y Dios los hará crecer. Y si tengo la oportunidad podre cosechar.
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